sábado, 9 de julio de 2011

Tokyo (or closer)

Como si te mirara y mirara otra cosa. Es como si nos hubiésemos perdido en la gran ciudad otra vez. ¿Sabes una cosa? Te dejo esta carta en señal que todo alguna vez existió sin que supiéramos. Nunca supimos nuestros nombres, pero conocimos nuestros cuerpos como nadie. Nuestros gestos como nadie nunca lo hará. Nos amamos como sabemos que no nos volveremos amar. Así que déjame dejarte esta carta como una flor abierta, como pájaros volando sobre tu hombro la tarde del 3 de Abril a las 17.59 p.m., cuando te tome esta foto.

Yo prometo que no moriremos nunca. Que tú nunca saldrás de mis ojos, ni de memoria, ni de mis dedos, ni de los besos. Ni de las cosquillas en la boca, en el vientre, en las manos, en los corazones, en los pies, en la punta de tus dedos y tú pelo de caramelo.

¿Prometes que esta será la más eterna de las noches nunca ningún fantasma vendrá por y recordándonos a nosotros?

Es como si nunca fueses a contestar tu teléfono, es como si jamás respondienses. Porque la promesa queda ahí, es una espera en un insomnio, en una ventana; en, justamente, una promesa. Es como en la foto que nunca das vueltas la cara.


* Parte de esto debe tener algunos años. Habrá sido como el 2006. Pero eso no importa.



miércoles, 29 de junio de 2011

Hogar

«De donde las cosas tienen su origen, hacia allí deben sucumbir
también, según la necesidad; pues tienen que expiar y ser juzgadas
por su injusticia, de acuerdo con el orden del tiempo»

Anaximandro.


Había retornado después de mucho tiempo, de muchas promesas incumplidas, de varias cartas escondidas bajo la mesa pasadas con un cuba libre que sólo Marta sabe preparar. Por eso le extraño tanto estar en el asiento de aquel bus con dirección a aquella ciudad. La lluvia azotó la ciudad esa noche. Todo olía a barro y humedad. La estación de buses estaba repleta de tipos durmiendo, amarrados a un café o a una petaca y un cigarro machucado. Uno de ellos se acercó a él y con su diente ausente le pidió un cigarro. Sin dejar de mirar la ventana que se abría en su boca, que sólo alumbrada una oscuridad de callejón del Bar, le dio el cigarro. No mucho después estaba dentro de su boca. Estaba, por señalarlo de alguna manera que es lo que me permite este momento de ron y un tabaco interminable, dentro de otras bocas, de muchas salivas y dientes. Por eso, y tal vez sólo por eso y no otra cosa, al entrar al Bar, al momento que abrió la puerta y su zapato mojado rechino contra la madera suelta del piso, todos dejaron sus vasos para mirarlo. Todos volvieron.

Pidió una cerveza y luego algo más fuerte. Llegaron los que siempre se sentaban en ese lugar, se sentaron. Hubo saludos, abrazos y vulgaridades de ese tipo – que a juzgar por su rostro –detestaba. Odiaba los apodos de moda. Odiaba la moda de ellos. Odiaba, principalmente, a ellos. Uno de los ‘ellos’ le pidió un cigarro y lo fumo lleno de sangre. No hay austeridad en las formalidades, ni menos en las que corresponden a esta clase. No hay palabras directas. Hay recuerdos modificados y exagerados: oraciones que comienzan con un “te acuerdas de” para pasar a algo que nadie – realmente – recuerda y terminar todos riendo. Y viene la quinta copa – si es que conté bien – las interminables cajetillas sobre la mesa. Hasta que uno dice “ya.” y todo queda en silencio. Y ese punto – que existe pero no se oye – queda en el espacio como si todo hubiese sido comprimido dentro de una pequeña caja. Y sin querer decirlo, los ‘ellos’ y ‘él’ comparten miradas que sólo existe en un lenguaje de conocidos y de los olvidados que no se pueden olvidar. De un trago que no terminó bien. De amistad con deuda. (Porque todos, finalmente, tenemos una deuda, que necesariamente hay que pagar. Porque no es que uno se escape, uno puede esconderse, pero como la muerte – si se me permite la analogía – te persigue hasta que te encuentra, escondido bajo la mesa o la cama, tras la botella o delante de ella. Pero no vale la pena escapar. Los túneles son largos y oscuros. Pero hay salida. Hay sólo una salida. Al igual que los callejones. Tienes una salida. Porque es como si en realidad un montón de flores florecieran al mismo tiempo, como si un montón de pájaros pasara sobre algún hombro en los últimos días del otoño. Una carta pasa bajo la puerta. (Y usted lo sabe mi amigo, lo sabe muy bien.) Son señales que jamás de olvidan, de un gesto que viene de atrás, que queda marcado en las arenas y en las bancas de las plazas de donde usted estuvo. Compartamos una botella y seguimos hablando.) Por eso salieron. Corrieron sus sillas casi al unísono y todos salieron del lugar sin mirar a otro lugar que al piso.

Unas cuadras más abajo, donde el barro es más profundo y suele atrapar a los gatos perdidos haciéndoles volver a su más profundo origen, como en una vieja sentencia, exigiéndoles el pago de su deuda, su retribución completa, caminaron dejando sus marcas en el lodo.

Todo está en su lugar en el hogar. Todo que se va es recibido nuevamente, quien muere o quien vive. Quien vuelve y los otros los recuerdan. Lo supo claramente una vez que su sangre, retornando y como si hiciese un pacto con el barro, corría entre sus dedos fríos.

lunes, 23 de mayo de 2011

Reflexiones*


Se quebró en ángulo de mis tristezas
Y en toda la esquina de mi desesperación
Hay un grillo noctámbulo llorando la amargura de mi vida…
El alma tiene cientos de ojos,
El alma tiene millares de ojos,
Ojos que lloran anclas opacas,
Anclas topres que descienden al país de los lamentos.

El ansia,
Aquí en el pecho,
Diez dedos estrujando una agonía tonta,
Apretujándola por años,
Por toda una vida…
¿Por qué no hacer una soga con todos los recunerdos,
En una noche cualquiera,
Colgarse entre las ramas del árbol más inmenso de la ciudad del vicio?
Se curvan ya los pasos
Y los ojos cargados de estampas desteñidas
Se han quedado enredados,
Buscando en el camino
Aquella primavera que borró la retina…

¿Has escuchando el canto de las máquinas?
¿No has escuchado sus reclamos torvos en una noche obscura?
Ruidos como sollozos largos y apagados,
Ruidos estridentes,
Lamentos enormes,
Gritos de agonía que acuchillan las venas
Por bajo la piel fría
Y ese ronquido intermitente y triste,
Un jadear de fierros y triste,
Un jadear de fierros ya cansados?
¿No has escuchado el canto de las máquinas en una noche fría?

Así llevo la vida…
Es una noche obscura con millones de ruidos
Rasguñando y lacerando
Los oídos ya cansados,
Con la tremenda angustia de sentir los lamentos
De los despavoridos,

Así llevo la vida
Flagelada de ruidos…

Las sombras,
¿Te han seguido las sombras?
Ya sólo veo sombras en todos mis destinos.
Sombras llenando huecos y
Sombras en los vacíos.
Acechando
Acechando en los caminos,
Acechando en manojos
Como garras estendidas,
Como zarpas oscuras,
Esperando y abriendo las uñas a la melancolía.

¿Te han gustado las sombras?
Yo llevo las sombras,
Las voy dejando todas, por todos los caminos
Y sé que soy
Tan sólo
Una mísera sombra sin forma
Y sin sentido.

¿Has pensado en el invierno,
En el hielo, en el frío?
¿No has visto cómo se dobla una espiga
Con el peso de la nieve?
¡Ay! Si vieras tras mis muros agonizando la vida,
Si oyeras tú mis gritos entre el cierzo y el frío
Y ateridos los dedos
Trepando por mil bloques de hielo cristalino,
Tal vez, tal vez comprenderías.

La nieve cayó al páramo
Y el páramo es mi vida.

Es por eso que digo
Que me he llenado hasta los bordes de mi tristeza,
Que tengo tantos ojos llorando por mi vida,
***
Que estoy despavorido,
Que llevo en esta noche
Un tropel de sollozos, de gritos sin sentido,
Y que la nieve del páramo sangra en mis heridas.

Por eso
Con mis penas,
Con todos mis lamentos,
Con mi tremenda noche agobiada de frío
¿Por qué no hacer la soga
Que ha de colgarme un día
De la rama más alta del árbol de la vida?

*Joaquín Gálvez (Abuelo)
Enero 13 del ’47.

*** La página está rota. Es  imposible leer la frase.

sábado, 7 de mayo de 2011

Resistencias

A T
Por eventos pasados, que recién hoy los vivo.


Las correspondencias nunca fueron correspondidas, pues hay algo entre tú y yo que jamás estará dispuesto a ceder. Podría ser cualquier cosa. Podría ser tu mirada de pájaro despreocupado, mis manos de roca fría. Tu encanto juvenil. Tu sonrisa perversa. 

Es entonces cuando mi mano rasga tu brazo y se siente un rechinar de maquinas. Es por eso que mi corazón respira en el frío. Si vuelvo a tocarte – el brazo, la cara… - ya no siento nada. No toco; no toco porque tú estás ahí. No sé qué querrás decir con tus miradas, no sé si algún día llegaré a saber quién eres (omito el “realmente”). Tampoco sé si tú lo sabes. 

Das vueltas sobre la cama y me das la espalda. Pero todo está perdido entre nosotros. Todo se ha separado de una vez por todas. Miras el reloj a cada rato, hablas por teléfono aunque no quieras (odias los teléfonos porque dices que es una comunicación tan fría y más aún cuando una voz sin boca ni ojos te habla del otro lado, te pregunta, te cuestiona, te responde y tú no puedes hacer más que seguir respondiendo hasta que te sientes desnuda y desprotegida y tiras el aparato a cualquier parte). De todas maneras no hablas y no porque estés callada. Simplemente mantienes ese silencio aterrador y atrapante y me conviertes un prisionero de ese silencio, de la mirada penetrante. Y, allí, yo estoy del otro lado, te miro como si un vidrio de mostrador nos tuviese de un lado y del otro. Por más que hables y gesticules, mi mirada sigue perdida en otros lados.
Pero todo se reduce al gesto, a tu gesto. Antes, antes era distinto – sí, sí, siempre es distinto, interminablemente distinto, todo es concretamente otra cosa, todo es mejor. Lo cual no quiere decir que siempre sea cierto – pero supongo que tu caso es otro. Supongo que las cosas de las que aquí hablamos pasan por ser otras. Pero, ¿Qué sentido tiene seguir dando vueltas sobre el mismo barro, sobre la misma ponzoña y el mismo cadáver?, ¿De qué me sirve escribir si jamás me leerás?

Por eso rondo. Te rondo como gato en la noche; sigiloso y atento a cualquier movimiento empapado por la oscuridad del momento. Te rondo como animal, como criatura salvaje, como si buscase toparme con tu mirada desgarradora. Miro la cama. Miro las sabanas. Los vidrios se acaban de empapar y fuera, en la más fría noche, la niebla avanza. ¿Es que acaso estás al lado mío?, ¿Puedo hablarte? Ese te que no marca nada. Me dirijo a ti como animal temeroso. Como un rondador más mientras duermes y tu pelo se desliza por la almohada. Es que te ves tan linda dormida, con los ojos cerrados, que todo lo nuestro va hacia un abismo, hacia un cierre, que me olvido que alguna vez existimos, me olvido que estoy del otro lado, que estás así de cerca, al alcance de mis dedos pero que la distancia se hace tan agotadora, que el camino es tan frío.

Me levanto del asiento y miro hacia fuera. Corro la silla, levanto el cigarro.

A-fuera ya no hay nada.

lunes, 28 de marzo de 2011

Las reglas del juego


Todo estaba dispuesto, todo estaba arreglado. Él lo sabía, pero esperaba tras la puerta de todos modos; él lo sabía y caminó las ocho cuadras del departamento alquilado del centro hasta allí. No había que suponer nada; las cosas irían cayendo como aleteo de mariposa. Pues en algún punto de esa espera creyó que podría desistir, que sus pasos, en la caminata que recordaba, en algún momento se desviarían. Sus razones eran incomprensibles, tanto que no vale la pena escribirlas. 

Sintió la necesidad de prender un cigarro. Lo hizo a pesar de las advertencias. Su mirada se desparramó sobre las siluetas negras, las sombras que se movían tras la puerta y que entrarían. Llegaría el momento casi por regla geométrica y dentro de aquel cosmos de la geometría no hay escape. No hay salida de los triángulos y cuadrados. La hipotenusa se rige siempre de la misma manera.

Tal vez fue eso que le despertó las ganas de salir, de romper ese juego en el que estaba metido desde el momento en que pensó en hacerlo, en que se decidió a jugar. Pensó que podría hacer algo, de romper el marco dentro del marco, de ir en contra de aquel juego que rige todos los movimientos, que se desenvuelve por medio de todos sus jugadores. ¿Podría haber ganado? Seguro, ¿Está destinado a perder? Seguro.  

Tenía miedo. Giró sin que las consecuencias le importaran. Giró creyendo ver la salida del juego en una luz que llegaba desde la calle. El momento se había ido, el turno pasó, sus dados cayeron en cualquier parte y nunca más los volvería a ver.

 Parecía hasta divertido escuchar la puerta entornándose, parecía irrisorio, casi absurdo dentro de su cabeza, que en aquel mismo momento, en que su voluntad había decidido otra cosa las consecuencias se hicieran vigentes. Los roles habían cambiado. Un movimiento lleva a otro. Besar a Beatriz, lleva  a quitarle la ropa; quitarle la ropa lleva a tus manos ir a sus pechos, etc. Girar en aquel momento significaba que él te había visto, que se había adelantado y que tú, tras el estruendoso ruido, caías de cara sobre el maltrecho piso de madera.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Words




“People are taking from you everyday. They butt into your life, take a cheap shot at you and then disappear. They leer at you from tall buildings and make you feel small. They make flippant comments from buses that imply you’re not good enough and that all the fun is happening somewhere else. They are on TV making your girlfriend feel inadequate. They have access to the most sophisticated technology the world has ever seen and they bully you with it. They are The Advertisers and they are laughing at you.
You, however, are forbidden to touch them. Trademarks, intellectual property rights and copyright law mean advertisers can say what they like wherever they like with total impunity.
Screw that. Any advert in a public space that gives you no choice whether you see it or not is yours. It’s yours to take, re-arrange and re-use. You can do whatever you like with it. Asking for permission is like asking to keep a rock someone just threw at your head.
You owe the companies nothing. Less than nothing, you especially don’t owe them any courtesy. They owe you. They have re-arranged the world to put themselves in front of you. They never asked for your permission, don’t even start asking for theirs.”
-Banksy 

Abandonado (II)

(Esto fue lo último posteado en revolucion...)


El humo no se demoró en doblar la esquina. Negro y sucio; negro como si se tratase de un espectro. Luego el olor - al menos cubría el desesperante olor a cemento y humedad que poseía la casa. Afuera, más afuera del humo, se escuchaban las ruedas sobre el pavimento que rebotaban en el piso, volteaban las piedrecillas producidas por los bombardeos; un polvito cayó desde la esquina del techo. Afuera, más afuera del humo, pero antes que las ruedas brotando, se oían tres disparos –“¿De advertencia? No, no hay advertencias” - : un rifle, dos pistolas. Habrán cazado a otro, como todos los otros días, como todos los días que vendrían, como todos los meses que se habían antecedido. Esto no es nuevo. No, no. Nunca ha sido nuevo. Se tiende a creer, de cierta manera apresurada e ingenua, que la guerra comienza al momento que un diplomático, de bigote arreglado, estira un guante blanco, sobre el planchado uniforme de otro.  Guante blanco, que apenas al rozar el traje, deja una marca de color vino sobre una camisa blanca. 

Los cuerpos expuestos en la calle, los edificios como mausoleos, como si fuese un cuadro de Goya del cual no recordaba el nombre. Mausoleos fantasmagóricos. Todos iluminados por una mecha. Una mecha que se enciende antes de todo lo dicho. Estos sonidos (más disparos, más muertos) no son nada. La guerra está antes, al calor de las máquinas y la televisión. Al calor de la paz, de la estupidez de la paz, de la ingenuidad de la paz. La guerra está plasmada en un afiche, de los que ahora no hay – o, si es que alguno sobrevive, esta agujerado por balas que se salieron de control. La contra – nuestras armas, pero llego a reírme al sólo pensarlo – era un grabado sobre la pared. Pero nadie nos hizo caso; ni nosotros mismos. Un chico, muerto ya, sin nombre, sin identidad, porque ya está perdido, parafraseo “your anger is a gift”. No sirvió de nada, fue inútil. Como las marchas repentinas, como los jovencitos de polera blanca.
Prendió un cigarro porque el olor era insoportable. Habían esperado a que parara la lluvia para quemar los cuerpos. El tenía que hacer su tiempo. Tenía su rifle, esperaba como franco tirador, esperando que la presa, como algún día le dijo se abuelo, se le regalara tiernamente. Prefirió un sofá que aun se conservaba de todos modos.

La ciudad – sí, aún se puede llamar así – sonríe tenebrosa. La ciudad parece un espejo fragmentado, parece un corazón lleno de grietas. Una fotografía desgarrada desde el pecho de la madre que acaricia a sus hijos, que se extendía hasta los brazos del padre, se que trituraba en mil pedazos. Todo era frágil. Las hojas son frágiles. El papel es frágil. Sus palabras, la tinta del lápiz que perdió escapando de la balacera. El viento. El viento que cortó su vida, que cortó todas las vidas. El viento que le recordó al padre muerto, a los hermanos desaparecidos (y secretamente muertos).
Pero aun recordaba. Y en ese segundo piso, transformado en terraza amplia gracias a las bombas, el viento le traía una suave caricia de música recordada. Era la inmensidad del mundo, la totalidad en un cuarto movimiento. Recuerdo así el valle, la casa,  la camioneta. Los perros, los caballos, las ovejas. La fragilidad de mis manos sosteniendo a un muerto en mi infancia que se erigía al juego de la naturaleza; las manos fracturadas en las palmas. Los fantasmas recreando un lugar, los espectros habitando la casa. Y la música, aquel momento, adueñándose de todo. Un momento sin nombre, sí. El rostro de todos enmarcados en un infinito. El rostro de la chica, su piel imposible de tocar. ¿Lo habrá sabido una vez?, ¿Habrá sabido que ese poema de juventud era más que un poema? ¿Lo habría reconocido? Nunca lo sabría. Su misterio sería siempre un misterio, su rostro alguna vez se borraría de su memoria y ella moriría, por segunda vez, lo haría.

Ahora estaba solo.

Una bala golpeó la pared. Su reflejo lo tiró hacia abajo. ¿Disparo de advertencia? No hay advertencias, imbécil.