miércoles, 16 de marzo de 2011

Abandonado (II)

(Esto fue lo último posteado en revolucion...)


El humo no se demoró en doblar la esquina. Negro y sucio; negro como si se tratase de un espectro. Luego el olor - al menos cubría el desesperante olor a cemento y humedad que poseía la casa. Afuera, más afuera del humo, se escuchaban las ruedas sobre el pavimento que rebotaban en el piso, volteaban las piedrecillas producidas por los bombardeos; un polvito cayó desde la esquina del techo. Afuera, más afuera del humo, pero antes que las ruedas brotando, se oían tres disparos –“¿De advertencia? No, no hay advertencias” - : un rifle, dos pistolas. Habrán cazado a otro, como todos los otros días, como todos los días que vendrían, como todos los meses que se habían antecedido. Esto no es nuevo. No, no. Nunca ha sido nuevo. Se tiende a creer, de cierta manera apresurada e ingenua, que la guerra comienza al momento que un diplomático, de bigote arreglado, estira un guante blanco, sobre el planchado uniforme de otro.  Guante blanco, que apenas al rozar el traje, deja una marca de color vino sobre una camisa blanca. 

Los cuerpos expuestos en la calle, los edificios como mausoleos, como si fuese un cuadro de Goya del cual no recordaba el nombre. Mausoleos fantasmagóricos. Todos iluminados por una mecha. Una mecha que se enciende antes de todo lo dicho. Estos sonidos (más disparos, más muertos) no son nada. La guerra está antes, al calor de las máquinas y la televisión. Al calor de la paz, de la estupidez de la paz, de la ingenuidad de la paz. La guerra está plasmada en un afiche, de los que ahora no hay – o, si es que alguno sobrevive, esta agujerado por balas que se salieron de control. La contra – nuestras armas, pero llego a reírme al sólo pensarlo – era un grabado sobre la pared. Pero nadie nos hizo caso; ni nosotros mismos. Un chico, muerto ya, sin nombre, sin identidad, porque ya está perdido, parafraseo “your anger is a gift”. No sirvió de nada, fue inútil. Como las marchas repentinas, como los jovencitos de polera blanca.
Prendió un cigarro porque el olor era insoportable. Habían esperado a que parara la lluvia para quemar los cuerpos. El tenía que hacer su tiempo. Tenía su rifle, esperaba como franco tirador, esperando que la presa, como algún día le dijo se abuelo, se le regalara tiernamente. Prefirió un sofá que aun se conservaba de todos modos.

La ciudad – sí, aún se puede llamar así – sonríe tenebrosa. La ciudad parece un espejo fragmentado, parece un corazón lleno de grietas. Una fotografía desgarrada desde el pecho de la madre que acaricia a sus hijos, que se extendía hasta los brazos del padre, se que trituraba en mil pedazos. Todo era frágil. Las hojas son frágiles. El papel es frágil. Sus palabras, la tinta del lápiz que perdió escapando de la balacera. El viento. El viento que cortó su vida, que cortó todas las vidas. El viento que le recordó al padre muerto, a los hermanos desaparecidos (y secretamente muertos).
Pero aun recordaba. Y en ese segundo piso, transformado en terraza amplia gracias a las bombas, el viento le traía una suave caricia de música recordada. Era la inmensidad del mundo, la totalidad en un cuarto movimiento. Recuerdo así el valle, la casa,  la camioneta. Los perros, los caballos, las ovejas. La fragilidad de mis manos sosteniendo a un muerto en mi infancia que se erigía al juego de la naturaleza; las manos fracturadas en las palmas. Los fantasmas recreando un lugar, los espectros habitando la casa. Y la música, aquel momento, adueñándose de todo. Un momento sin nombre, sí. El rostro de todos enmarcados en un infinito. El rostro de la chica, su piel imposible de tocar. ¿Lo habrá sabido una vez?, ¿Habrá sabido que ese poema de juventud era más que un poema? ¿Lo habría reconocido? Nunca lo sabría. Su misterio sería siempre un misterio, su rostro alguna vez se borraría de su memoria y ella moriría, por segunda vez, lo haría.

Ahora estaba solo.

Una bala golpeó la pared. Su reflejo lo tiró hacia abajo. ¿Disparo de advertencia? No hay advertencias, imbécil.

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