sábado, 7 de mayo de 2011

Resistencias

A T
Por eventos pasados, que recién hoy los vivo.


Las correspondencias nunca fueron correspondidas, pues hay algo entre tú y yo que jamás estará dispuesto a ceder. Podría ser cualquier cosa. Podría ser tu mirada de pájaro despreocupado, mis manos de roca fría. Tu encanto juvenil. Tu sonrisa perversa. 

Es entonces cuando mi mano rasga tu brazo y se siente un rechinar de maquinas. Es por eso que mi corazón respira en el frío. Si vuelvo a tocarte – el brazo, la cara… - ya no siento nada. No toco; no toco porque tú estás ahí. No sé qué querrás decir con tus miradas, no sé si algún día llegaré a saber quién eres (omito el “realmente”). Tampoco sé si tú lo sabes. 

Das vueltas sobre la cama y me das la espalda. Pero todo está perdido entre nosotros. Todo se ha separado de una vez por todas. Miras el reloj a cada rato, hablas por teléfono aunque no quieras (odias los teléfonos porque dices que es una comunicación tan fría y más aún cuando una voz sin boca ni ojos te habla del otro lado, te pregunta, te cuestiona, te responde y tú no puedes hacer más que seguir respondiendo hasta que te sientes desnuda y desprotegida y tiras el aparato a cualquier parte). De todas maneras no hablas y no porque estés callada. Simplemente mantienes ese silencio aterrador y atrapante y me conviertes un prisionero de ese silencio, de la mirada penetrante. Y, allí, yo estoy del otro lado, te miro como si un vidrio de mostrador nos tuviese de un lado y del otro. Por más que hables y gesticules, mi mirada sigue perdida en otros lados.
Pero todo se reduce al gesto, a tu gesto. Antes, antes era distinto – sí, sí, siempre es distinto, interminablemente distinto, todo es concretamente otra cosa, todo es mejor. Lo cual no quiere decir que siempre sea cierto – pero supongo que tu caso es otro. Supongo que las cosas de las que aquí hablamos pasan por ser otras. Pero, ¿Qué sentido tiene seguir dando vueltas sobre el mismo barro, sobre la misma ponzoña y el mismo cadáver?, ¿De qué me sirve escribir si jamás me leerás?

Por eso rondo. Te rondo como gato en la noche; sigiloso y atento a cualquier movimiento empapado por la oscuridad del momento. Te rondo como animal, como criatura salvaje, como si buscase toparme con tu mirada desgarradora. Miro la cama. Miro las sabanas. Los vidrios se acaban de empapar y fuera, en la más fría noche, la niebla avanza. ¿Es que acaso estás al lado mío?, ¿Puedo hablarte? Ese te que no marca nada. Me dirijo a ti como animal temeroso. Como un rondador más mientras duermes y tu pelo se desliza por la almohada. Es que te ves tan linda dormida, con los ojos cerrados, que todo lo nuestro va hacia un abismo, hacia un cierre, que me olvido que alguna vez existimos, me olvido que estoy del otro lado, que estás así de cerca, al alcance de mis dedos pero que la distancia se hace tan agotadora, que el camino es tan frío.

Me levanto del asiento y miro hacia fuera. Corro la silla, levanto el cigarro.

A-fuera ya no hay nada.

1 comentario:

  1. no tengo nada inteligente para decir, la verdad. (Aparte de quejarme de que tus cuentos son cada vez más raros)
    Me estoy poniendo joaquistica y me cuesta escribir también, pero sólo ahora me dí cuenta.

    ñeñeñeñ
    iba a dejar un comentario mamón aqui, pero mejor que no. jajaja (L)

    ResponderEliminar